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Esta mañana, cuando sonó el timbre del re- creo largo, yo me quedé en el aula, pues debía terminar una tarea que había dejado incompleta.
Para tramar alguna maldad en secreto, también se quedaron Beveretti y Campitelli, que se parecían en cuatro cosas: los dos eran altos, despeinados, rubios y traviesos.
Jugueteaban con una cosa negra y de- sordenada. Era una araña enorme, gorda y peluda, pero no verdadera, sino una araña de goma, de esas que se venden para gastar bromas.
Con sonrisas de perfidia, Beveretti y Campitelli colocaron la araña dentro del estuche de los anteojos de la señorita Mónica. La maestra era una mujer muy flaca y muy angulosa, con aspecto de desdichada. Yo le tenía mucha lástima, pues había oído contar que no se había casado por cuidar a su mamá paralítica, quien pasaba la vida en silla de ruedas. Aunque, de todos modos, ¿quién querría casarse con una mujer tan fea y tan miope como la señorita Mónica?
Pero, sea como fuere, yo no quería perderme el instante en que la señorita Mónica tropezase con la falsa araña.
De regreso en el aula, la señorita Mónica se sentó frente a su escritorio y, mirándonos a nosotros, extendió mecánicamente —como siempre lo hacía— la mano izquierda para buscar sus anteojos.
Al tocar, junto con los cristales, el cuerpo de la araña, tuvo que girar la cabeza para ver qué diablos era aquello.
Su expresión fue de enorme sorpresa:
—¡Oh! ¡Una araña! —exclamó—. ¡Mi plato preferido!
Y, sin calarse los anteojos, se llevó la araña a la boca y se puso a cortarle, con afiladas y exactas dentelladas, las patas, que fue tragando con voracidad. Así comió las ocho extremidades, los pedipalpos y los quelíceros. En seguida, aquellos afilados dientes blancos, que cercenaban a modo de guillotinas, se hincaron con precisión metálica en el abdomen y el cefalotórax.
En éxtasis de placer, con los ojos elevados hacia el cielo raso, la señorita Mónica fue masticando y tragando ciegamente la goma dura e indigesta. Y comía con tantas, con tantas ganas, que ni Beveretti ni Campitelli ni yo, ni nadie, nos atrevimos a desilusionarla, y por eso no le avisamos que, en lugar de una deliciosa araña de verdad, sólo se había comido una insípida araña de juguete.
5 comentarios:
jejeje con este adelanto uno ya logra imaginarse la calidad del resto!...muy bueno! ...inesperada resolución...
saludos!
Excelente cuento. Soy Anama, narradora oral. Me encantaría narrar este cuento y quisiera saber a qué libro pertenece. Gracias.
¡Excelente blog!
Anama, en estos momentos no tengo la informaciòn acerca de a què libro de Sorrentino pertenece este cuento. Estoy de viaje, pero despuès del 20 de enero te consigo el dato. En la pàgina de Sorrentino figuran todos los libros que ha publicado. Y son todos muy buenos. Un abrazo.
Anama, te completo la informaciòn acerca del cuento "Una broma pesada": me dijo Sorrentino que el libro sòlo está disponible en España, pues fue publicado en Barcelona en 2005.
Pero tambièn me dijo que hay cuentos mejores en su libro "El crimen de san Alberto", de Editorial Losada (conseguible en Corrientes 1551).
Espero que los datos te sean ùtiles.
Vaya, ya sabemos que sobre gustos no hay nada escrito. Yo conozco a un profesor que mientras daba sus peroratas gustaba de meterse el dedo en la oreja y luego chupárselo... ¡prefiero la araña, aunque sea de goma!
Un abrazo fraterno!
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