Historias de cronopios y floggers

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por Agustín Gribodo

...Los cronopios son objetos verdes y húmedos. Tienen relojes que atrasan y por lo general remontan la avenida Corrientes a contrapelo de los chabones rolingas. Los cronopios son de naturaleza triste y sueñan con parecerse a los emos; algunos hasta se visten de negro, se maquillan y se tapan el ojo derecho con un mechón de pelo engominado.
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...Enemigos irreconciliables de los cronopios, los famas son criaturas que embalsaman recuerdos y los suben a la Web como quien reparte caramelos. Quizá por eso los famas andan siempre coloridos y se reúnen en las puertas de los almacenes para que la gente los vea junto a los carteles de Bidú Cola y galletitas Imperial.
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...En la vereda de enfrente, envueltos en porfiados ritmos, los cumbieros observan con desconfianza desde arriba de unas zapatillas de astronauta. Ellos no se mezclan con los góticos de la esquina, mucho menos con los famas del fotolog o con los cronopios tristes.
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...Los góticos se parecen a María Antonieta, no porque anden por ahí sin nada sobre los hombros sino por la piel entalcada y los labios negros. Las madres del barrio le piden al intendente que los eche; no es para menos: de noche sus pequeños hijos tienen pesadillas con vampiros y ceremonias heréticas.
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...A veces, muy de cuando en cuando, Dalmiro Sáenz pasa por la puerta del almacén y se queja. “Los jóvenes de hoy se quedaron con la alegría y resignaron la felicidad”, dice el bueno de Dalmiro. Mucho más agrio, Ernesto Sábato vaticina el fin del mundo. Por su parte, con algo de razón, Eduardo Galeano recuerda que “en otras épocas ser transgresor podía costarle la vida a uno”.
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...Julio Cortázar se queda en silencio; solamente sonríe y mira de soslayo con sus ojos felinos. No podría ser de otra manera: él inventó a los famas y a los cronopios allá por 1962. “Fue como ablandar una piedra”, confiesa antes de darle una pitada al enésimo cigarrillo.
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...A Cortázar le gustaba jugar. Tal vez por eso creó su propia saga de tribus de ficción. Buscaba terminar con la rigidez de las convenciones, salirse de las estructuras, destruir el lugar común..., ese lugar de la imitación al que inexorablemente llegan todas las tribus urbanas que viven fuera de los libros.
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...Por suerte, a los cronopios y a los famas no les importa que la juventud sea una enfermedad que se cura con el tiempo. Ellos saben que en la ficción la adolescencia no se termina nunca. Fue la gran lección que nos dejó Cortázar.
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