Woody Allen y la originalidad de Wernicke

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por Agustín Gribodo

.. . . Con La rosa púrpura de El Cairo, Woody Allen tiró por la borda las diferencias entre realidad y ficción. Hagamos memoria: Mia Farrow interpretaba a Cecilia, la tímida e ingenua camarera de una cafetería de Nueva Jersey. Por su parte, Jeff Daniels representaba al apuesto arqueólogo Tom Baxter, personaje principal de un viejo largometraje cuyo título era, precisamente, La rosa púrpura de El Cairo.
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Sin abundar en detalles, más o menos ocurría lo siguiente: la desdichada Cristina ahogaba sus penas en un cine de Nueva Jersey viendo una y otra vez La rosa púrpura de El Cairo. Tanta era la admiración que la pobre camarera sentía por el actor que encarnaba al arqueólogo que, literalmente, éste terminaba saliendo de la pantalla y se relacionaba con su admiradora.
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Woody Allen sintetizó el asunto en una frase: “Los seres de ficción quieren tener una vida real y los seres reales una vida de ficción”. Una vez más ese genio caricaturesco y de nariz prominente nos demostró que, al menos en el séptimo arte, no hay idea que se le resista. Por muy difícil que parezca el desafío, ahí estará él para dejarnos su originalidad.
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Pero ¿hay algo original en el mundo del arte? Picasso le debe su concepción cubista a las máscaras africanas. Para revolucionar el tango, Piazzolla utilizó estructuras armónicas de la música clásica y del jazz. El teatro moderno, por citar otro caso, tiene mucho que agradecerle al histrionismo de los juglares de la Edad Media.
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Entonces, si nada es original, ¿a quién debería pagar tributo Woody Allen por eso de que un actor salte de la pantalla a la platea para relacionarse con una espectadora? Cinematográficamente hablando, no lo sé; aunque literariamente...
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En 1940, casi medio siglo antes del estreno de La rosa púrpura de El Cairo (1985), Enrique Wernicke publicó el libro Función y muerte en el cine ABC. En ese cuento largo, Chaplín (así nomás, con acento) sufre un accidente: en una de sus películas la grúa del puerto levanta la carga antes de que estuviese bien asegurada. Las consecuencias son escalofriantes: el fardo se desprende del guinche y cae sobre la pequeña humanidad de Carlitos. Ante el infortunio, los espectadores sacan de la pantalla al despatarrado hombre de bigotito y bombín y lo arrastran hasta el pasillo del cine, donde tratan de reanimarlo.
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Por respeto a quien alguna vez quisiera leerla, no voy a develar las instancias finales de la historia. Quien quiera estar al tanto deberá conseguir los Cuentos completos de Wernicke, editados por Colihue en el año 2001. Y en tren de sugerir, del mismo autor se pueden encontrar en alguna biblioteca El agua y La ribera, dos de las mejores novelas argentinas que se hayan escrito, hoy olvidadas y no reeditadas por esas cosas del mercado y la estupidez.
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De todas maneras, no creo que Woody Allen tenga o haya tenido noticias de la existencia de Wernicke y de la historia en la que Carlitos Chaplín es sacado de la pantalla por un grupo de espectadores consternados... Aunque, quién sabe. Al fin y al cabo nada es original en el mundo del arte.
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1 comentario:

Marcelo dijo...

Excelente artículo. Se ha reeditado La Ribera y pude disfrutarla. Es una selección de Abelardo Castillo llamada "Los Recobrados" y es de Capital Intelectual.
Un saludo