Consejos literarios para la mujer (III)

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He aquí otra entrega de la serie de “Consejos para una escritora en ciernes”. Esta suerte de manual sigue incrementándose con la honorable intención de ser útil al sexo débil (aunque personalmente no creo en la debilidad de ningún sexo). Esta vez, la ilustración pertenece a Gregorio Rosas Silva, artista mexicano cuyo blog se encuentra a un solo clic de distancia.

León Tolstoi y las novedades editoriales

. . Es cierto, para ser una buena escritora hay que ser, ante todo, una excelente lectora. Y si no me equivoco, el problema de toda mujer reside en el tiempo, es decir... en la falta de tiempo. Puestas a competir con el reloj, todas corren con desventaja. Los hijos, el marido, la casa, la comida, llegar a fin de mes, acordarse del vencimiento de las boletas... Si se agregan las horas de trabajo en la oficina o en la docencia, se está en condiciones de gritar ¡cartón lleno!
. . Como si no fuera suficiente, a veces, en alguna reunión social, aparece un hombre que declara haber leído la novela del momento, esa que está haciendo furor. El libro, obviamente, encabeza la lista de ventas, ya tiene reservados los derechos para la película y desató una polémica religiosa: en él se afirma que los días de Jesús en el desierto fueron cuarenta y tres, y no cuarenta, como se creía... No faltará entre los contertulios una mujer a la que le empieza a hervir la sangre mientras lo escucha con la más forzada de sus sonrisas. Claro, el entendido en best sellers ignora que ella es una postergada que hace veinticinco años se quedó en la tercera frase latina de “El nombre de la rosa” por culpa de un embarazo, del cual nació el hijo al que todavía hoy debe prepararle la comida y tenderle la cama.
. . Para qué negarlo, desde aquel entonces la vida de ella fue otra. Tuvo que cambiar la mesa examinadora por la consulta al obstetra, las lecturas pasaron del canon literario a la revista Ser Madre y el ideal de un mundo mejor fue a parar a la cocina... Como para no sentirse derrotada frente a un pedante que se vanagloria de conocer todo lo que se publica entre dos tapas.
. . Pero siempre hay que mirar el lado bueno de las cosas. Si algo se aprende entre ratones de biblioteca es que no por mucho leer se alcanza la sabiduría. Fue Tolstoi quien dijo que “hay personas que cruzan el bosque y sólo ven leña para el fuego”. En ese sentido, no es difícil descubrir que hay lectores voraces que no saben nada de la vida. Una mujer, con sólo haber cambiado pañales, sabe mucho más acerca de la obra de Dios que los académicos de la lengua... Además, es mejor una relectura minuciosa que deglutir sin ton ni son cuanto pasa por nuestras manos. Recuerdo que, en una de esas encuestas que se les hacen a los escritores, Gabriel García Márquez se vio enfrentado con la suposición de vivir el resto de sus días en compañía de un solo libro. Gabo no cuestionó la hipótesis ni dudó en hacer su elección: optó por la Biblia, y adjudicó al libro sagrado un carácter novelesco.
. . Lejos de polemizar sobre virtudes y defectos estilísticos de las Escrituras, creo que la respuesta de García Márquez demuestra que se puede, sin mayores dificultades, sobrellevar una vida entera con la lectura profunda de un gran libro. Por eso, en vez de forzar la sonrisa ante un presuntuoso que declara estar al día con las novedades editoriales, más vale mirarlo con misericordia. La profundidad no está en cuánto se lee, sino en qué se lee y cómo se lo lee. Visto desde este ángulo, se comprende lo mucho que el amor y la lectura tienen en común, tanto como las mujeres y los libros. Fue Tolstoi, otra vez, quien dijo que “el que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil”. Y no seré yo quien opine lo contrario.

Agustín Gribodo.-

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