Pirandello, identidad y desaparecidos

En la antigua Grecia ser desterrado era una condena brutal, la más dura de las penas. Con ese castigo se perdían todos los derechos, entre ellos el derecho del hombre a ser dueño de su propia historia, de su origen y de su final. Sócrates prefirió la muerte al exilio. Pues qué es el exilio sino una de las formas de la desaparición: la pérdida de la identidad para aquel que lo padece... Y la pregunta sigue siendo: ¿cómo representar un drama inconcluso?

El director de la obra supone que con una escenografía adecuada, algunos cambios en las líneas y cierta unidad de acción todo puede ser posible. Pero los seis personajes de Pirandello siguen ahí, insatisfechos, incompletos, exigiendo ser ellos quienes representen su propio drama... No cabe duda: quiénes si no ellos serían capaces del gesto puntual, la pausa oportuna, el espanto preciso. Ellos son la historia y no existe actor que pueda sentir lo que ellos sintieron: ese exilio de la vida al que fueron forzados.

Los desaparecidos no son otra cosa que exiliados de la vida. Ellos, al igual que Sócrates, preferirían la muerte a la indigna y ambigua condición de “desaparecido”. Al menos la muerte nos da una idea acabada, certera, definitiva y absoluta de la desaparición física... Pero para morir hace falta tener identidad.

Vivir con identidad implica morir con identidad. Los desaparecidos no están muertos, porque para morir es necesario que el mundo sea testigo de ese final...; para morir hace falta quedar en los ojos de un hermano, de una madre, de un hijo...

Al igual que los seis personajes de Pirandello, miles de desaparecidos siguen ahí, esperando. Miles de personajes en busca de un autor y de un director. Miles de hombres, mujeres y niños diciéndonos éste soy yo, éstos somos nosotros buscando nuestra identidad hasta que la recuperemos, y pueda por fin bajarse el telón.

Agustín Gribodo.-

La desnudez de la poesía

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. . . . Mis hijos

Mis hijos,

A veces son mi padre y mi madre

Que lavan mis pies

Porque ando cansado

Y mis canas

Les cantan mis penas

Y mis ojos

A pobres poemas

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Algo mío en ellos quedará

Cuando yo me vaya

Ellos lo esparcirán.

Yaldo Leiva Ávalos

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. . Alguna vez el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal escribió que el primer rasgo cultural del hombre era visualizar su propia existencia en relación con el entorno, con la naturaleza. Para ilustrar esas palabras citó el poema de una campesina en el que la mujer contaba, a través de los versos, que estaba lavando ropa a la orilla del río mientras miraba pasar un bote en el que iba el hombre que ella amaba.

. . Cardenal destacó, además, la belleza simple y hasta rústica de ese poema. Y mencionó el esfuerzo superador que fue para esa poeta campesina, recientemente alfabetizada, visualizar su situación, es decir, pensar y describir con palabras su condición de lavandera enamorada.

. . A veces pienso que la poesía también se funda en esa desnudez de la idea y las palabras. Y que la trascendencia se alcanza de igual manera con la belleza genuina de las emociones simples. Eso se comprende cuando uno lee poemas como el del escritor peruano Yaldo Leiva Ávalos, que además es un excelente artista plástico (de él es la pintura que ilustra esta entrada).

Dardos para todos



De la fotógrafa Mariana Marziali recibí el Premio Dardos. Con este regalo se alienta a difundir valores estéticos y éticos. El compromiso que exige este obsequio es distinguir, a mi vez, a 15 personas que hagan, a su manera, un aporte a la cultura desde los blogs que editan. Por supuesto que la elección es subjetiva y hasta forzada ya que, sin duda, quedarán fuera de los 15 muchos que lo merezcan..., pero que figuran en la columna de la izquierda de Alejandría - Literatura para ver.


Gonzalo Gómez Montoro (Esp.) / Alberto Lago (Esp.) / Ricardo Rubio (Arg.) / Walter Iannelli (Arg.) / Helios Buira (Arg.) / Jorge Mato (Urug.) / Marcelo Sánchez (Arg.) / Roberto Giusti (Arg.) / José Lagorio (Arg.) / Yudit Vidal (Cuba) / Conrado Yasenza (Arg.) / Marcelo Ferrando (Arg.) / Vanesa Giordano (Arg.) / Luis Pérez Gay (Méx.) y Neogéminis (Arg.).


La dualidad de las ficciones

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En toda ficción literaria hay un condimento que está por encima del contenido y la forma, por encima del qué y el cómo. Ese “valor agregado” lo encontramos en la mirada del escritor y consiste, precisamente, en la visión que le permitió a Franz Kafka, por ejemplo, imaginar que un hombre común y corriente pueda despertarse una mañana convertido en insecto y, por ende, desatar una maraña de relaciones anormales y ambiguas en su ámbito familiar y social. Es, también, ese toque de genialidad que tuvo Juan Rulfo al crear una Comala infernal (muy distinta de la Comala real, en el estado mexicano de Colima) en la que “sólo viven los muertos”.


Ricardo Piglia menciona, en su Tesis sobre el cuento, una anécdota que Antón Chéjov registró en su cuaderno de notas: “Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa y se suicida”.


Lo ilógico de la situación planteada por el gran dramaturgo y cuentista ruso es el suicidio. Lo normal, después de ganar un millón, es llegar a casa, abrir una botella de champagne y festejar; sin embargo, el hombre de la anécdota se suicida. Este hecho no sólo plantea una contradicción inquietante, sino que además abre las puertas a una historia oculta.


El principio de una buena ficción literaria es contener esa dualidad movilizadora: lo que se manifiesta y lo que se esconde. “Un cuento siempre cuenta dos historias”, concluye Piglia. Y éste es un axioma que ningún hacedor de ficciones debe olvidar.

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