El más pintado: Juan Alberto Núñez, por Carlos Terribili

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Erogasmo I
No importa, digo,
digo que no, que igual seguiré
pensando que voy hacia vos
y sos vos la que está aguardándome
como la mujer que espera a su amante.
Porque voy galopando
sobre cada una de estas palabras
para tomar tus pechos por asalto,
perderme
en la marea salitrosa de tu sexo
y gritar allí
el nombre
del primer hombre o mujer
que ha de darle continuidad
a esta historia.

Juan Alberto Núñez, más conocido en el oeste del Gran Buenos Aires como el Negro Núñez, falleció el 22 de enero de este 2010. Núñez fue uno de esos tantos escritores que no alcanzaron la trascendencia que otorgan las grandes editoriales, aunque su obra puede, sin pudor, estar entre las mejores. Sus libros, publicados en ediciones limitadas y con escasa difusión, abarcaron la novela corta (El títere y Ella) y el cuento (Hay tanta gente que se parece, Contracuentos y El telegrama), género este último en el que fue un verdadero especialista.
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Coordinó talleres literarios y fue solidario con todos los que alguna vez requerimos su consejo. También supo mantenerse fiel a las convicciones políticas que lo hicieron partícipe de organizaciones y proyectos culturales y sociales.
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Como curiosidad y muestra de la versatilidad de Núñez, el trabajo que se publica en la parte superior de esta entrada pertenece a una serie de poemas titulada Erogasmo, que fue publicada digitalmente con ilustraciones de Carlos Terribili y Rita Kafetzis. Precisamente a Terribili pertenece la ilustración que acompaña el trabajo publicado arriba, y que a la vez ocupó la tapa de la novela El títere.
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Para quien desee conocer acerca de Carlos Terribili y leer algo más de Núñez, sólo tiene que cliquear sus nombres.
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Consejos literarios para la mujer (II)



El texto que se reproduce a continuación fue publicado hace un par de años en el Suplemento de Verano del diario La Nación, de Buenos Aires. Junto con otros, conforman una serie de consejos para una escritora en ciernes. Esta suerte de manual sigue incrementándose en espera de ver la luz en forma de libro. Por ahora, con una ilustración original de Huadi y a modo de muestra, va esta segunda entrega:
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Proust y la pérdida del tiempo

. . . Si alguien quiere triunfar en el mundo del boxeo lo primero que debe hacer es buscar un gimnasio y comenzar a entrenarse. Del mismo modo, si una mujer desea convertirse en escritora, deberá pasar por un taller literario. Allí se templan los espíritus y se ponen a prueba las pasiones. Esas tertulias son el campo donde germinan las vocaciones o queda sepultada para siempre la semilla de una carrera que no fue... En este último caso no hay que desanimarse: siempre que las aptitudes del coordinador lo ameriten, se puede aprender a leer en voz alta, que no es poca cosa.
. . . Para asistir a esas reuniones iniciáticas se deben olvidar para siempre las lecturas de Gustavo Adolfo Bécquer y de Juana de Ibarbourou (conocida como "Juana de América" mucho antes de que Sandro alcanzara la fama continental). También hay que cuidarse de revelar que Poldy Bird estuvo entre las preferencias juveniles, y ni hablar de que cierta vez un par de lágrimas cayeron en las páginas de Corín Tellado, que por algo se llamaba María del Socorro.
. . . En cuanto a las relaciones humanas, lo mejor es apartarse de los hombres con ínfulas de literato, especie que abunda en los talleres. Estos sujetos no tienen escrúpulos a la hora de la conquista y hasta son capaces de decir, con falsa modestia, que "las mujeres bellas son para los hombres sin imaginación". Al hacerlo cometerán dos pecados: uno, hacerle creer a la principiante que los que carecen de imaginación son ellos cuando en realidad la estarán tratando de fea; el otro, no confesar que están parafraseando a Marcel Proust.
. . . A propósito, ¿qué habrá querido decir el franchute con eso de que las mujeres bellas son para los hombres de escaso vuelo? Puede que alguna mujer acepte sin más la frase en cuestión; pero lo cierto es que ninguna en su sano juicio aceptará involucrarse con un tonto por el solo hecho de que la consideren agraciada.
. . . Algo es seguro: las palabras de Proust no eran gratuitas. Primero, alguien que escribe miles de páginas en busca del tiempo perdido posee una imaginación descomunal, sobre todo si se tiene en cuenta que el tiempo es, esencialmente, irrecuperable. Segundo, el asma fue convirtiendo al gran novelista parisino, escuálido y de ojos saltones, en un enfermo crónico, motivo por el que su dieta no incluía los excesos carnales, al menos no con mujeres hermosas, siempre capaces de provocar emociones desmesuradas y accesos de tos. Aclarados estos dos puntos, no es descabellado pensar que Proust haya intentado con la frase en cuestión disimular su escaso afecto por las mujeres.
. . . Conclusión: los hombres que parafrasean a grandes escritores son asmáticos o, en el peor de los casos, carecen de la fantasía necesaria para decir algo interesante. También existe la posibilidad de que sufran ambas afecciones. Y no hace falta aclarar que en este último grupo se encuentran los talleristas más peligrosos: una cosa es relacionarse con un asmático y otra muy distinta es hacerlo con un asmático incapaz de elaborar una frase original.
. . . Para concluir, y retomando el tema del entrenamiento literario, el mejor consejo que puedo darles a las lectoras es que en los talleres dosifiquen la exposición del material. Lo más conveniente es entregar los trabajos a la crítica feroz de los contertulios sólo muy de cuando en cuando: un poema cada tres semanas; un cuento cada dos meses. Nunca hay que enamorarse de las propias obras y en lo posible se las debe presentar como borradores o escritos inacabados. Puede que Proust estuviera en lo cierto y así como las mujeres hermosas son para los hombres sin imaginación, las obras de arte también lo sean. En ese caso, la belleza sería un valor apreciado sólo por los tontos... y cualquier pretensión de lograr la perfección literaria se transformaría en tiempo perdido.
Agustín Gribodo

Tertulia

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Paul Auster: “El azar ejerce una gran influencia sobre mi obra. La muerte de un amigo mío al que atravesó un rayo cuando tenía sólo 14 años me marcó. Supongo que ésa es la explicación: todo puede cambiar de golpe”.



Vladimir Nabokov: “No pienso en lenguajes, sino en imágenes”.



Marcelo Birmajer: “Dios no es injusto; en un mundo entero de hombres felices no cabría la literatura”.



Ana María Shua: “Los más extraños experimentos literarios se fundan en una especie de realismo. La gente escribe literatura del absurdo y dice: «Bueno, pero la vida es absurda». También yo busco mostrar las vueltas de la vida, cómo de pronto te acaricia y luego te pega un sopapo”.
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La literatura juvenil de Fernando Sorrentino


Se podría decir que Una broma pesada, cuento que se transcribe a continuación, pertenece al rubro literatura juvenil. Pero con este trabajo de Fernando Sorrentino me sucede lo mismo que con algunos de Enrique Wernicke y las novelas de Sergio Aguirre: a pesar de que llevan el sello de “cuentos para niños” o “novela infantil-juvenil”, la calidad de esos trabajos excede las clasificaciones. Ergo, la buena literatura no reconoce límites generacionales.
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Según el juicio de sus amigos, en las ficciones de Fernando Sorrentino (Buenos Aires – 1942) hay una curiosa mezcla de fantasía y humor que discurre en un marco a veces grotesco y de razonable verosimilitud.
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Entre sus libros recientes se encuentran: Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso (2005) y Costumbres del alcaucil (2008). De sus obras para el público más joven pueden citarse La venganza del muerto (1997), Aventuras del capitán Bancalari (1999) y Burladores burlados (2006), entre otras.
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Asimismo es autor de dos libros de entrevistas, ya clásicos: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992), ambos reeditados en 2007 por Editorial Losada. Muchos de sus cuentos han sido traducidos a diversas lenguas europeas y asiáticas.

La imagen que ilustra esta entrada es un detalle de la obra La telaraña, de la artista argentina Susana Bonnet.

Una broma pesada

Esta mañana, cuando sonó el timbre del re- creo largo, yo me quedé en el aula, pues debía terminar una tarea que había dejado incompleta.
Para tramar alguna maldad en secreto, también se quedaron Beveretti y Campitelli, que se parecían en cuatro cosas: los dos eran altos, despeinados, rubios y traviesos.
Jugueteaban con una cosa negra y de- sordenada. Era una araña enorme, gorda y peluda, pero no verdadera, sino una araña de goma, de esas que se venden para gastar bromas.
Con sonrisas de perfidia, Beveretti y Campitelli colocaron la araña dentro del estuche de los anteojos de la señorita Mónica. La maestra era una mujer muy flaca y muy angulosa, con aspecto de desdichada. Yo le tenía mucha lástima, pues había oído contar que no se había casado por cuidar a su mamá paralítica, quien pasaba la vida en silla de ruedas. Aunque, de todos modos, ¿quién querría casarse con una mujer tan fea y tan miope como la señorita Mónica?
Pero, sea como fuere, yo no quería perderme el instante en que la señorita Mónica tropezase con la falsa araña.
De regreso en el aula, la señorita Mónica se sentó frente a su escritorio y, mirándonos a nosotros, extendió mecánicamente —como siempre lo hacía— la mano izquierda para buscar sus anteojos.
Al tocar, junto con los cristales, el cuerpo de la araña, tuvo que girar la cabeza para ver qué diablos era aquello.
Su expresión fue de enorme sorpresa:
—¡Oh! ¡Una araña! —exclamó—. ¡Mi plato preferido!
Y, sin calarse los anteojos, se llevó la araña a la boca y se puso a cortarle, con afiladas y exactas dentelladas, las patas, que fue tragando con voracidad. Así comió las ocho extremidades, los pedipalpos y los quelíceros. En seguida, aquellos afilados dientes blancos, que cercenaban a modo de guillotinas, se hincaron con precisión metálica en el abdomen y el cefalotórax.
En éxtasis de placer, con los ojos elevados hacia el cielo raso, la señorita Mónica fue masticando y tragando ciegamente la goma dura e indigesta. Y comía con tantas, con tantas ganas, que ni Beveretti ni Campitelli ni yo, ni nadie, nos atrevimos a desilusionarla, y por eso no le avisamos que, en lugar de una deliciosa araña de verdad, sólo se había comido una insípida araña de juguete.

El cuento según...

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Ana María Shua: “Cada cuento tiene su propia historia. Escritores tan disímiles como Abelardo Castillo y Fontanarrosa han dicho que no pueden empezar a escribir si no tienen claro el final. A mí no me pasa eso en absoluto. Voy andando por los caminos del cuento y son esos caminos los que me llevan hacia el final, los voy descubriendo mientras escribo”.



Adolfo Bioy Casares: “En Italia me preguntaron qué teoría había detrás de mis relatos y respondí que no había ninguna. Conviene que haya unidad de tiempo, o que el tiempo no se prolongue demasiado. El relato comprimido en el tiempo tiene más eficacia”.



Abelardo Castillo: “En el cuento no hay espacio para nada: hay que encontrar la palabra justa en el momento justo”.



Juan Rulfo: “Se trabaja con imaginación, intuición y una verdad aparente; cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar”.
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Consejos literarios para la mujer


El texto que se reproduce a continuación fue publicado hace un par de años en el Suplemento de Verano del diario La Nación, de Buenos Aires. Junto con otros, conforman una serie de consejos para una escritora en ciernes. Esta suerte de manual sigue incrementándose en espera de ver la luz en forma de libro. Por ahora, con una ilustración de Huadi y a modo de muestra, va este adelanto.

La valentía de Borges

. . . Hay mujeres a las que nunca les han rega- lado un poema en un bar. O por qué habría de ser en un bar. Quizá simplemente nunca les regalaron un poema. Los hombres son unos verdaderos crápulas. Y si alguna lectora sobrellevara esa penosa carencia de afecto lírico, lo lamento por ella y espero sinceramente que no caiga en la debilidad de la esperanza: no voy a ser yo quien rompa una tradición de machos hechos y derechos que pasaron sin dejar verso ni estrofa.
. . . Puedo, sí, hacer algo mejor. Por ejemplo, hablar de poesía; transmitir las enseñanzas que a golpes y desengaños acumulé durante medio siglo. Con eso encendería el genio de las musas donde hoy reina la oscuridad, y a la vez cumpliría con mis aspiraciones de boy scout.
. . . Pero que nadie se confunda, lejos está de mí la intención de alimentar complejos. En todo caso, la culpa es de esos tipos insensibles que pasaron por el living del alma femenina y sólo dejaron pelos en el desagote del corazón. O tal vez se trate de las rubicundas y regordetas profesoras de literatura. Quizá fueron ellas las que sembraron espinas en la ruta que los vates trazaron con la tinta de sus venas. "Poesía soy yo", parecía decir al frente del salón la señorita Stella Maris de la Inmaculada Virginidad. Y claro, así cualquiera terminaba por creer que la poesía era impoluta y tremendamente aburrida. Aunque esos resentimientos poco importan en este momento, cuando lo que urge es la misión redentora que me he fijado.
. . . Como primera medida, y para eclipsar cualquier protocolo que obstruyera el camino a las musas, hay que tener presente que hasta el dolor, para ser dolor, tiene que ser atenuado con una dosis de humor, ironía o sarcasmo. El mismísimo Jorge Luis Borges sintetizó esta enseñanza en un solo verso: "Ya no seré feliz. Tal vez no importa..." El viejo era un fenómeno, acababa de sentenciarse en vida y después le restó importancia. Y lo hizo como quien dice "se me cayó una moneda de cinco centavos, masí, que la levante otro". Eso, además de demostrar que el maestro era todo un valiente, es tener sentido del humor. Para decirlo en pocas palabras: la buena poesía no necesariamente debe ser formal y grave para obtener la certificación de calidad. Los grandes poetas también son aquellos que pasan sobre el barro de la existencia humana con una sonrisa, aun a pesar de estar hundiéndose en el lodo. Por eso, si existe una mujer a la que nadie le regaló un poema y el desprevenido que nunca falta le pregunta sobre esta cuestión, lo mejor sería que contestara, al estilo de los grandes maestros, que poetas eran los de antes; sobre todo, antes de que ella naciera.

Agustín Gribodo

La poesía según...

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Mario Benedetti: “Mis maestros fueron Vallejo, Neruda, Pessoa y Borges, a quien se le admira por sus cuentos pero se le quiere más por sus poemas, porque se muestra como era, un ser desvalido y frágil”.



Octavio Paz: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo... El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”.



Arthur Rimbaud: “Hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”.



Juan Gelman: “Me parece que el único tema de la poesía es la poesía, y que en consecuencia puede hablar de todo, de política, de revolución, de huelgas, amor, abandonos, mientras sea poesía”.
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